La Última Fotografía de Don Plutarco
No es cierto que vengamos a este mundo a vivir.
Tan solo vinimos a soñar.
Poema Nahuatl.
Tan solo vinimos a soñar.
Poema Nahuatl.
Ahora que estuve en Morelia, me contaba Pancho que existe una tradición judía que dice que cuando un hombre muere y desea entrar al cielo debe aprobar un examen. El examen es muy simple y consiste en responder a una pregunta que le hace Dios en persona:
- “¿Y qué te pareció mi mundo?”
Si la respuesta es del tipo de: -“Yo me lo pasé muy bien..., hice lo que quería hacer..., disfruté la vida y la viví plenamente.”- entonces Dios abre la puerta y permite la entrada del solicitante. Si, por el contrario, la respuesta es una serie de quejas: -“Sufrí mucho..., todo me salió mal..., es un valle de lágrimas..., no pude lograr mis deseos y demás etcéteras.” – entonces Dios cierra la puerta y expulsa al quejoso rumbo al infierno.
Hace ya muchos años, cuando conocí a la familia Figueroa Estrada, me sorprendió observar en ellos algunos rasgos de carácter contradictorios y no siempre complementarios. Por un lado la influencia de Doña Carmen que manifiestan en una generosidad sin límites, una gran bondad y compasión hacia los demás, un desprecio mortal hacia el dinero, aunado a una facilidad pasmosa para dar sin condiciones y una incapacidad congénita para decir “no”; además, una buena dosis de paranoia que los hace ver conjuras a diestra y siniestra. Por el otro lado, un carácter fuerte e irascible y una terquedad a toda prueba que vuelve conflictivas sus relaciones entre ellos y con los demás; también una preocupación sincera por toda situación social y una avidez por el estudio y la cultura, y, sobre todo, un buen sentido del humor. Rasgos, sin duda, heredados o aprendidos de Don Plutarco.
Ahora que tuvimos en mi familia el privilegio de convivir con el abuelo en sus últimos días, nos encontramos con un hombre cansado, disminuido y en franco declive físico y mental, y aun así, lleno de planes y amor por la vida. Él quería pasar su enfermedad lo más rápido posible para dedicarse a lo suyo, a lo que amaba. Deseaba continuar trabajando para su comunidad y recuperar fuerzas para seguir cuidando su jardín y sus árboles.
Se notaba muy poco su presencia porque sobrellevó su enfermedad con una dignidad y una disciplina espartana. Requería poco, y se adaptaba totalmente a los modos y horarios de la familia. Ocupaba el menor espacio posible, siempre estaba de buen humor y disfrutaba agradecido lo que se le ofrecía. Se mostró cariñoso, afable y respetuoso.
Hablaba poco y, sólo si se le preguntaba, contaba algo de lo que hacía en su pueblo. Disfrutaba de trabajar para los demás. Era un líder nato y era querido y respetado por su gente.
Era más famoso de lo que tal vez muchos sepan. Recuerdo una anécdota que me platicó alguna vez en que vino a visitarnos. En una ocasión llegó a Oaxaca una pareja de investigadores alemanes (esposos ellos) para hacer un estudio sociológico de los pueblos indígenas del rumbo. De alguna manera llegaron a Juxtlahuaca y, desde luego, Don Plutarco fue designado para guiarlos. Los llevó a conocer los lugares importantes de la región y les explicó, con lujo de detalles, las características singulares de la identidad de los pueblos de México. Sin saber cómo ni cuándo, terminaron hablando de la participación de Alemania en la segunda guerra mundial (su mero mole) y aquí empezó lo bueno. Los sorprendió con una cátedra de historia y economía política que nunca esperaron escuchar en México y menos aun, en boca de un indio oaxaqueño.
- “A nosotros nos enseñan la historia de otro modo” – le dijeron
- “Pues tienen que estudiar más” –les respondió él.
Lo que más les asombró fue cuando les dijo que quería ir al Berlín Oriental de aquel entonces porque le interesaba visitar Treptow Park.
- “¿Usted conoce Treptow Park? – le preguntaron incrédulos.
- “Claro que no” – les dijo- “Por eso quiero ir.”
Y entonces les comenzó a describir la ruta al parque desde la Puerta de Brandeburgo, dibujándoles el parque mismo punto por punto con cada uno de detalles que lo rodean y, presidiendo el conjunto, el gigantesco monumento al ejército liberador soviético.
No se lo podían creer. Ampliaron el sentido de su investigación y se dedicaron a entrevistarlo y a filmarlo para llevar todo eso a Alemania. Cuando se tuvieron que ir, lo invitaron a su país, con gastos pagados, para llevarlo a conocer Berlín y, desde luego, Treptow Park y no quiso acompañarlos porque le daba miedo volar.
Tiempo después le escribieron y le contaron que era todo un éxito en las academias germanas. Presentaron sus filmaciones donde, de viva voz y desde la campiña oaxaqueña, les enseñaba historia alemana a los alemanes. De ese tamaño era el señor.
Don Plutarco hizo cosas que nos pueden parecer buenas o malas a cada uno de nosotros. Sin embargo, lo que hizo allí está, y toca a nosotros elegir cómo lo queremos recordar. Yo me quedo con la imagen del Plutarco guasón, sabio, valioso, trabajador y culto que siempre fue. Lo otro... es muy suyo y a estas alturas ya ni cuenta. Cada cual tendrá que luchar contra sus propios demonios para reconciliarse con esa parte del pasado, que está allí y que no tiene por qué seguir siendo presente ni definir el futuro.
Fue un hombre congruente que eligió su manera de vivir y asumió las consecuencias de sus decisiones. De cualquier manera manejaba un enorme arsenal ideológico para justificar cada uno de sus actos y siempre creyó estar en lo correcto. Lo único que lo fastidiaba un poco era la idea de que su familia no lo entendía ni lo quería lo suficiente. Estaba orgulloso de sus hijos y sentía una profunda admiración por ellos. Cada vez que tenía la oportunidad lo manifestaba así.
Murió como vivió: a gran velocidad. Su trámite final lo resolvió en 24 horas. Pasó sus últimos momentos en la carretera y con el acelerador a fondo. Viajó en ambulancia y en carroza, pero... siempre aplutarcado.
Y como dijo Pancho: de una cosa podemos estar seguros, sin duda Don Plutarco aprobó su examen.
Ésta es la última fotografía del buen Lobich. Está cargando a mi nietecita Kamila y no deja de ser curioso ver allí representada una ley inexorable de la condición humana: una generación llega y otra se va.
2 Comentarios:
Tu platica es tan sabrosa como tu paella.
Ya queremos estar de nuevo en tu sala.
Maru me acompaña en estas lecturas, y coincidimos en imaginarnos que tu mismo nos lo estas leyendo.
Gracias a los dos por compartir su tiempo conmigo y mis añoranzas.
Mi sala es un espacio abierto para la gente que quiero y ahora se engalanó con Maru y el Tlacuilo. Quién puede pedir más.
un abrazo
chito
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